Ayer volví de un hotel. Fue mi primera experiencia en uno y, encima, fui con mi novio, de modo que me lo pasé muy bien. Nunca creí que eso de disfrutar de habitación propia, de cena con buffet en un restaurante, de gimnasio, de talasoterapia y de piscina fuese a ser tan adictivo, pero así es. Claro, es que si vas en agosto, las ganas de meterte de cabeza en el agua, de tumbarte en una hamaca con una piña colada al lado y de ir a un pub por la noche, son irresistibles. Pero, además, mi día a día en el hotel quedó marcado por el descubrimiento de algo que, de entrada, sonará tonto, pero para mí no lo es: el funcionamiento de una caja fuerte.
Hasta ahora, nunca había tenido ganas de comprarme una. Bueno, es que, de hecho, jamás le había dedicado ni un solo pensamiento a una antes de ir. Sin embargo, siete días alquilando una para guardar mis efectos personales más valiosos me hizo darme cuenta de que nunca está de más tener una. Además, usarla me hizo sentir como una multimillonaria, porque encima no era de llave, sino de clave. ¿No les parece eso muy de cine de espías ingleses, tipo 007? Igual no, pero como yo nunca había estado familiarizada con esto, pues me dio esa impresión.
Así pues, el próximo mes tengo pensado comprarme una. Aunque, ahora que me he puesto a buscar, me he enterado de que también existen los armeros y los armarios de seguridad. Lo primero no me interesa porque no tengo armas, aunque los diseños que vi son bonitos; pero lo segundo... La verdad es que tengo cosas valiosas en casa que necesitan ser guardadas en un espacio más grande, así que igual me animo y me pillo uno de esos armarios. Lo consultaré con mi novio, a ver qué opina. |